Desperté con el corazón frío. Con la necesidad de escapar, sé que la única manera de llegar es cogiendo esa maldita autopista....y lo haré. Será rápido y se acabarán todas mis penas. Llené el depósito y arranqué mi Mustang negro en dirección a la montaña de humo negro y rojo que separa la realidad de lo desconocido. Hacia el fuego milenario y calor axfisiante, como la atmósfera del tugurio lleno de humo, partidas de cartas, peleas y olor a sexo y alcohol barato donde suelo ir a emborracharme cuando las cosas no me van bien, o sea, siempre. Y siempre, después de visitar ese antro acabo en el mismo motel de carretera, en la misma habitación 113, en la que el único mobiliario existente es un grifo metálico en una de las cuatro paredes y que abro en cuanto llego, llenando rápidamente la habitación de un agua oscura azul marina, que me roba el oxigeno hasta regalarme una inconsciencia que me lleva a visitar las mentes de personas desconocidas, llenas de ilusiones, amores, felicidades y sueños que no hacen más que amplificar el tormento de mi mente retorcida, algo más retorcida que el camino que serpentea con mas de mil y una curvas hasta llegar a lo más alto de la única montaña que tiene contacto con la luna llena y roja una sola noche cada muchas mil, adivino esa noche y aprovecho para dar un salto y acomodarme en esa luna a leer infinitos libros que me sacan de mi realidad, bajo su luz bermellona, parecida al color de la sangre joven y burbujeante que anhelo tener en mis venas más pronto que tarde, como esas tardes crepusculares en las que me gusta pasear por el desierto pedregoso salpicado de cáctus de mas de dos metros, sorteando nidos de serpientes de cascabel, y que bajo la última luz dorada del ocaso me saqué una piedra de mi bota que llevaba un tiempo jodiéndome, y la tiré a tomar por culo, lejos, y con ella ese dolor, silencioso, que no merezco. Se hizo de noche, con la misma oscuridad que envuelven ultimamente mis letras deseosas de cambiar y ser alegres y por eso os digo; lo siento, lo siento, lo siento, lo siento....las mismas palabras que me devuelve el eco del desfiladero en el que hago la última parada para mear antes de llegar a mi destino, cuando acabo y con una combinación maestra entre el pedal del embrague y el acelerador, saco la máxima potencia y velocidad al viejo Mustang, también aprovechando el rebufo de las almas vacías que empiezan a aparecer por el lugar. Voy a toda velocidad, el aire entra por las ventanillas abiertas arremolinandose en el interior, mezclándose con los acordes de AC/DC y el rugido del motor de ocho cilindros, inflando mi camisa de cuadros desabrochada hasta el pecho mientras aparecen nubarrones negros, gritando truenos y escupiendo relámpagos que crean incendios cada vez más grandes entre los que veo la entrada. Una enorme puerta doble de hierro salpicada de oxido, está cerrada pero la estela de polvo que voy dejando tras de mí debería avisar de mi llegada. El fin está cerca, no pienso en nada, ni en lo bueno ni en lo malo que he vivido, solo quiero llegar para empezar de cero, pero la puerta no se abre. No pienso parar, no, el pedal a fondo, no pienso parar, no se abre, no pienso parar, ¿porqué no se abre?, no pienso parar, no, no, no, no ........... ................................................................................................. ............................................................................................................................................................................................ ............................................................................................................................................................................................
Silencio. Oscuridad. Abro los ojos y me veo sentado en mi váter con los calzoncillos por los tobillos. ¿He soñado todo esto mientras cagaba? En la pared de azulejos había dos palabras escritas con sangre y caligrafía diabólica: Todavía no.